domingo, 21 de febrero de 2010

El encuentro con Santiago

Estación Carmelita, parte 4


Cuando me fui a Santiago a los 19 años, llegué a la estación Mapocho, después de 4 días y tres noches de viajar en el longitudinal que partía de la estación Miraje hasta Santiago.

Yo iba en primera clase porque mi papá pertenecía a ferrocarriles; pero el viaje era largo, pronto se acabó el agua y ése era el peor problema.

Mis compañeros de viaje inmediatos a mi asiento eran un aspirante a detective y un peruano que vivía en el barrio Miraflores de Lima, que mucho después supe que era parte del barrio de esa ciudad. Era simpático el peruano, pero en ese tiempo a mi no me salían las palabras, me comía el lobo, era tímida hasta la exageración, con cero roce social, una incivilizada.

El aspirante a detective era súper locuaz, me dijo en un momento: “Yo sé lo que tú llevas en ese maletín café que lo cuidas tanto, y lo tienes apegado a ti”. “¿Qué cree usted que llevo?” - “La plata” me dijo y yo me quedé callada, sin decir nada. Pero tenía ganas de reírme porque en el maletín mi mama me había puesto pan y palta de esas grande que venían del Perú y éstas se habían reventado, convirtiéndose en un verdadero puré de palta en el maletín. Así es que lo abría lo necesario para sacar pan, sin que se viera el puré de palta. Se había equivocado el aspirante a detective, pero preferí no decirle nada.

Santiago era otra cosa, la gente, tanta gente me mareaba, todos apurados. Una tía vieja me había buscado una pensión en la calle 18. Era de 2 pisos, el segundo correspondía a la residencial. La primera noche tuve que dormir al lado de una niña del norte porque no había piezas desocupadas y, a pesar de lo cansada, no lograba dormirme, me tenía fascinada el cielo lleno de guirnaldas con rositas y unos angelitos dándose la mano, era como un sueño para mí.

Creo que estuve 2 años instalada en Santiago, pasando mucha hambre y ahí aprendí que el pan engorda, ya era lo que mas comía. Conocí a muchos estudiantes, la dueña de la pensión era buena persona, pero todo se pagaba aparte, la ducha, la tetera de agua hirviendo, todo mejor no entro en detalle.

En agosto de l953 a mi papito le vino en su Estación Carmelita un ataque de Parkinson y ahí se acabo todo, ellos dejaron nuestra casa linda, paradisíaca y se fueron a Tocopilla y yo dejé de estudiar y en diciembre del l953 entré a trabajar a la administración pública. Teníamos años duros porque no nos pagaban, porque la plata, para gente que había entrado, que era muy numerosa, no salía y nos daban pequeños anticipos.

Yo creo que todos tenemos un ángel de la guarda, el mío se hizo presente un día y llego a mi persona a rescatarme del hambre, de la pobreza y me llevo a vivir a Apoquindo cerca del Estadio Italiano

Fue una prima hermana quien lo hizo, a quien toda mi vida le voy estar agradecida y ahí aprendí modales, aprendí a vestirme mejor y sacar un poco la voz.

Ahí en ese barrio conocí a un alemán llegado de la Segunda Guerra. Pololeamos como dos años. Él había pedido permiso para casarse conmigo, pero sus padres le recomendaron por carta que no lo hiciera, por el idioma la religión, era protestante luterano y por las costumbres. Yo no sé si estaba enamorada, si me gustaba la música clásica, era totalmente nula en la materia. Él era un caballero, en vez de criticar mis errores, se disculpaba por haberme expuesto a algo que a mí no me gustaba.

3 comentarios:

  1. hola...
    Que nostalgia sentí al leerte, como si yo hubiese vivido todo.
    Me encantaría haber viajado en el longitudinal.

    Un saludo, adios.

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  2. Quien iba a pensar que la Dorita era calladita JAJAJA Que rico que pueda escribir y contarnos estas historias que la verdad me han entretenido mucho. Tiene suerte de tener una hija que la apoye con estas ideas y la motive a escribir, ya que talento tiene.
    Unbeso y un abrazo a las tres

    Catalina Olivares

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