Cuando vino el aluvión del año 1940, se llevó medio campamento minero de la Mina Despreciada.
También la Estación Carmelita y todos los cerros colindantes; fue el fenómeno más grande, más impresionante que he visto en mi vida. No llovía, el agua caía a cántaros, los cerros rugían, las líneas de los trenes eran sacados de raíz y la avalancha de barro era tan grande y tan altas que parecían olas. Arrastraba piedras y todo cuanto estaba a su paso. En mi casa el agua entraba por todas partes, era un diluvio que no paraba nunca. Si alguna vez van al cementerio de Tocopilla, se encontraran en filas las sepulturas de las personas víctimas del aluvión.
Recuerdo a mi madre el día siguiente del aluvión, bajar con una olla inmensa de té y pan amasado para repartir en el local del sindicato.
La naturaleza es pródiga y siempre nos asombra, los cerros se llenaron de flores azules, lilas, amarillas, rojas y la gente subía a recogerlas, tal vez las flores les hacían olvidar su drama, pero no duraban mucho en las manos, se ponían marchitas, pero igual bajaban sonrientes.
El aluvión trajo bonanza en la gente del campamento minero porque muchas minas de cobre fueron dadas vueltas y el cobre estaba encima o a pocos centímetros debajo del barro. Ahora yo no sé si los cayos que me salieron en las manos fue desenterrando el durazno o rasguñando la tierra con un ganchillo para sacar las piedras de cobre. En esta tarea estábamos los cinco hermanos y los cuatro primos, más mi mamita. Llenábamos sacos, cada uno llevaba una bolsa, iba poniendo el cobre que sacaba en una bolsa y después se juntaba todo el cobre en el saco y se iban a Tocopilla, donde se vendía.
sábado, 4 de abril de 2009
Estación Carmelita, Parte II: El Aluvión
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